En el último post te hablé de esos días terribles después de tu IVE, hoy te voy a hablar de esos años terribles, de esas vidas con una losa inmensa que nadie ve y de secretos que muchas se llevaron a la tumba (sin morir en paz).
Todas las mujeres que deciden trabajar conmigo, que deciden recorrer conmigo el camino del duelo (el de las lágrimas, como diría Jorge Buckay), lo hacen porque no quieren, en palabras suyas muy comunes, “tener algo pendiente en su vida”. No quieren relegar los días del aborto a un cuarto oscuro en su biografía, un cuarto donde está prohibido entrar…y que con los años se llena de monstruos inimaginables: el dragón de la rabia, la tarántula de la vergüenza que atrapa y asfixia, la serpiente de la culpa que se escurre por los rincones… Estas mujeres sienten un miedo atroz a quedar atrapadas por un pasado que les pese el resto de sus días. Suelen preguntarme si algún día volverán a estar bien, volverán a encontrarle sabor a la vida y podrán reconciliarse con su pasado. A mi no me cabe ninguna duda. Y no dudo porque estas mujeres están poniendo las bases de un duelo sano: todas ellas afrontan la pérdida, comparten sus sentimientos, sus pensamientos (aunque sólo sea conmigo) y van encontrando maneras de afrontar la culpa, van reencontrando caminos de reconciliación que son caminos de paz. Sólo es cuestión de tiempo, pero estas mujeres se crearon un espacio donde poder ser ellas mismas, expresarse y tener a alguien que las escuche sin juicio alguno y con la empatía de quien comprende lo que está pasando.
Pero hay muchas mujeres que no encontraron quien las escuchara ni comprendiera. Existen legión que viven y vivieron con el aborto como un secreto inconfesable. Ese secreto levanta muros entre ellas y la Vida, entre ellas y los demás, entre ellas y ellas mismas. A veces me llegan atisbos de esas biografías ocultas, como mensajes en una botella de náufragos que envían un SOS pero no tienes dirección alguna adonde irlos a buscar.
Te contaré algunas de esas historias:
Una vez una mujer me escribió contándome que hacía años había abortado. Quedó atrapada en ese día. En ese momento tenía dos hijos a los que educaba siguiendo los parámetros de la crianza respetuosa y compartía esa educación con mamis que seguían la misma línea. Pero ella siempre sentía que las otras no la conocían, que nadie la conocía porque nadie sabía de su “oscuro” pasado. Se despreciaba a si misma por lo que había hecho pero su silencio le cerraba todas las puertas de la propia sanación
Otro caso. Tuve una entrevista con una mujer que hacía 7 años de su IVE. Lo vivía como un tormento y estaba convencida de que era algo que debía cargar el resto de su vida. Nunca más volví a saber de ella.
Recibo un mensaje lacónico. Alguien que pasó por una IVE hace más de dos décadas. Me felicita por el proyecto. Quiere venir a verme, cada día lo tiene en la cabeza (me dice). Nunca más volví a saber de ella.
Pero a veces sí. Hace un año me contactó una mujer. Cuando le pregunté cuántos años hacía de su IVE se hizo un silencio. Y me dijo, en un tono de voz más bajo: 17. Luego, durante las sesiones, me confesó que sintió mucha vergüenza al decírmelo, como si en esos 17 años no hubiera hecho los deberes y yo, como una mala maestra, fuera a condenarla. La realidad era muy distinta: yo sentí una inmensa alegría de que esa mujer hubiera decidido poner en orden su pasado, afrontar sus monstruos y hubiera confiado en mi para ese incierto viaje. Tuvimos pocas sesiones, pero estas fueran intensas y con intensos resultados. Isabel (no es su nombre, como puedes imaginar), reencontró la paz.
Cuando oigo casos de mujeres como los antes descritos (exceptuando a Isabel), cuando me llegan ecos de esas vidas subterráneas, siento mucha tristeza. Porque en esos ecos resuena un sufrimiento inmenso e innecesario. También inmerecido. Nadie se merece pasar el resto de su vida con esa losa tan grande sobre su alma. Nadie se merece vivir una vida de silencio y culpa. Toda mujer merece morir en paz, y para ello merece vivir en paz.
Estas historias nos hablan de lo que en teoría de duelo viene a nombrarse como duelo patológico. Duelo enfermizo. Un duelo así se contrapone a un duelo sano. El duelo sano es aquel en que la persona llega a integrar lo perdido en su propia historia personal. Para ello tendrá que reconocer lo perdido, poder liberar todas las emociones que acompañan a esa pérdida y reconstruir un relato benevolente sobre lo sucedido en su vida. Los duelos patológicos se dan cuando la persona no puede hacer ese proceso. Normalmente una situación en la que se da el llamado pacto de silencio es una situación de alto riesgo para el correcto curso de un duelo. Ese riesgo es evidente cuando la mujer tiene que afrontar una interrupción voluntaria del embarazo. Los duelos patológicos terminan siendo como cánceres del alma. Una sigue con su vida durante años, pero algo se está muriendo por dentro.
¿Qué les diría yo a todas esas mujeres que viven con un secreto? Lo que decía Freud: la mejor manera de olvidar es recordar. Aquí olvido significa trascender, no olvido en sí. Y el recuerdo al que estoy apelando es un recuerdo amable. Nuestro pasado son las historias que nos contamos sobre él, y hay muchas maneras de contarnos una misma historia. Vivir es ir tejiendo historias, y merecemos hacer un tapiz bonito de nuestras biografías. Recordar significa etimológicamente, re-cordare…volver a pasar por el corazón. Necesitamos historias con corazón: una historia sobre quienes fuimos y quienes somos bajo la mirada del corazón, que es la mirada del amor. Pero para ello tienes que saber que esa mirada existe, y a veces para ello alguien te tiene que regalar esa mirada. Y una mirada de amor pone en lugar de la culpa la consciencia, en el lugar del silencio la palabra y en el lugar del castigo la claridad de que el sufrimiento (como autocastigo) es inútil porque al final no hay nada que perdonar.
Si me habéis seguido veréis que aún no he afrontado en ninguno de mis escritos de este blog el tema de la culpa, central en la IVE. No lo he abordado porque es inmenso y es el tema alrededor del cual gira gran parte del sufrimiento (que no el dolor) que el aborto voluntario puede generar. Prometo dedicar algunos posts a la culpa y de hecho ya la estoy abordando en el libro que estoy escribiendo (atentas todas porque en unos meses verá la luz). Pero en el centro de un duelo silenciado está esa culpa inmensa, oceánica.. Sólo enfrentándola y abrazándola podremos ver lo inútil y estéril que es. Este tipo de duelos necesitan ayuda, necesitan de alguien que pueda acompañarlos y dejar salir la culpa y todas las emociones que ésta amordazó. Pero vale la pena. Vale la alegría de una vida que puede ser luego vivida con la plenitud que te mereces. Isabel da testimonio de ello. Y yo también.
¿Me dejas que te dé la mano y revisitemos lo que sucedió “long long time ago”? La historia, tu historia, puede reescribirse de otra manera.