Sobre el miedo y la herida de rechazo
En otro artículo previo hablé del silencio: hablé de cómo el silencio vuelve misión imposible transitar un aborto voluntario..
Cabe romper el silencio, si no, de “esta” no se sale. Ahora bien, vamos a seguir preguntándonos sobre el silencio desde otro ángulo…
¿Por qué callas?
Yo soy yo y mis circunstancias (cómo me gusta esta frase de Ortega y Gasset…si me sigues verás que la nombro a menudo). Todo en la experiencia de abortar se confabula para tu silencio. Es la tormenta perfecta. Existe censura y estigma, y por lo tanto autocensura (que a menudo ni llegamos a identificar).
Las circunstancias. En casi todas las sociedades, incluso ahí donde es legal, el aborto se vuelve problemático. Hablar de aborto es hablar de discursos enfrentados y polarizados, en eterno antagonismo. A blanco y negro. En parte, porque la decisión de interrumpir un embarazo es de ese estilo: o una cosa o la otra. Y en ese sentido es “cruel”, porque debemos elegir entre dos opuestos cuando la decisión misma suele estar llena de matices.
Sospecha siempre de los discursos simples sobre cualquier cuestión. La realidad es profunda y simplificarla entre dos posturas es falsearla. Se crean enfrentamientos: si no piensas como yo, estás contra mi. En esa simplificación en la que cae el aborto voluntario las mujeres que hemos interrumpido a menudo nos sentiremos estigmatizadas y no adecuadas: los anti-abortistas nos condenarán (y sólo nos perdonarán si pasamos por el arrepentimiento y un “no volveré a hacerlo nunca más”) y las mujeres que han defendido el aborto alegando que “no es nada y es tu cuerpo y tu derecho” a menudo no entenderán de qué hablamos cuando hablamos de dolor. Creerán que nos arrepientimos y es posible que no nos entiendan ni empaticen con nosotras. Ese es el panorama que enfrentas a menudo si interrumpiste tu embarazo.
El yo. Se han dado todos los elementos para la autocensura perfecta, como decía. Ante esos discursos polarizados, esas narrativas simplificadas sobre lo que deberíamos sentir, y la falta de narrativas más profundas, se despertará el miedo al rechazo. Miedo alimentado por la culpa y la vergüenza que suele sentir la mujer que interrumpe. El aborto tocará de lleno muy a menudo la herida de rechazo, muy profunda, y que ya solía estar previamente, pero ahora se hará más profunda. En la herida de rechazo nos sentimos inadecuadas. No encajamos.
Cuando tenemos miedo al rechazo tenemos miedo a mostrarnos a nosotras mismas, porque sabemos (y las circunstancias de arriba lo confirman) que no vamos a encajar en ninguna narrativa “oficial” del aborto y que además nos van a acusar y estigmatizar. Nos encerramos en una autocensura propiciada por la censura (explícita o no) del exterior y por nuestra propia herida.
El problema está en que de esta experiencia sólo puedes transitarla hablando y expresándote. Es por eso que el aborto te va a invitar, si quieres sanarlo, a afrontar uno de tus fantasmas más profundos, la herida de rechazo. Ese fantasma se enfrenta poco a poco, dándote permiso para hablar, para explicar cómo te sientes y tu historia…desde la consciencia de que habrá gente que te va a rechazar. La herida de rechazo se enfrenta cada vez que decidimos hablar, que nos abrimos asumiendo que para muchas persona no vamos a ser adecuadas. ¿Y? Seguramente, en tu apertura vas a encontrar a muchas otras mujeres que van a acercarse y darte las gracias, porque tu voz les dió voz. Se habla hoy en día mucho de empoderamiento. A mi no me gusta mucho esta palabra…no sé muy bien por qué…tal vez porque la utilizamos tanto que la banalizamos en exceso. Pero sanar la herida de rechazo pasa, sí o sí, por un empoderamiento: por recuperar el poder del yo soy enfrente a ceder el poder a “lo que los otros piensan”.
Pasa por despertar el compromiso de conectar con mi ser y mostrarlo al mundo, en vez de conectar con el mundo y lo que el mundo espera de mi.
Hacer este trabajo no es fácil. Enfrentar los miedo más profundos es tarea de por vida. Recuperar la propia autoridad requiere de honestidad y valentía. Pero tal vez el aborto sea una oportunidad para eso, porque el otro camino, el del callar para adecuarte y encajar, es un camino seguro a la enfermedad y a la muerte de quien verdaderamente eres (todo lo que se encierra, en cierta manera muere).
Existe un círculo vicioso: callas por miedo y culpa. Cuanto más callas, más miedo y culpa…y cuanto más miedo y culpa, más silencio y autocensura. ¿Cómo romper el silencio? En la acción de hablar. Puede ser primero con un terapeuta que te pueda entender. La mejor opción a mi juicio, son con los grupos de duelo, aunque grupos de duelo por interrupción del embarazo son casi inexistentes (desde Kora tenemos las Apolo, experiencia maravillosa a la que te animo que te unas; si te interesa escríbeme en privado). También puedes empezar a hablar con amigas que sabes no te van a juzgar (aunque tal vez no terminen de entender tu dolor)…Y poco a poco, cuanto más hables, más irás sintiéndote autorizada a hacerlo. No aceptes los “no fue nada”, “olvídalo”, y todos esos “consejos” horribles que de nada sirven y hacen mucho daño. Dale autoridad a tu relato, a tu sentir.
Y poco a poco, entre todas, iremos saliendo del armario de esta experiencia tabú que es el aborto voluntario.
PD: si quieres profundizar en la herida de rechazo te animo a que escuches vídeos de Elma Roura o de Vanesa Baumart sobre el tema (ambas especialistas en relaciones de pareja que tocan en múltiples vídeos la herida de rechazo). La encuentras fácilmente en Youtube e Instagram.