Inicio aquí una serie de tres artículos en los que hablaré de aquello que hace el duelo por aborto voluntario un duelo difícil donde los haya. Difícil y desautorizado. Y lo será debido a dos temas centrales en él: la culpa y el aislamiento ( no sólo soledad).
En todo duelo existe el dolor producido por una pérdida. Definir qué se ha perdido en la IVE será una de las tareas cruciales que hacemos durante el acompañamiento para que la mujer entienda qué está llorando, qué le duele. Esa pérdida sólo la podrá definir ella y será distinta en cada caso. Habrá quién sentirá que ha perdido un hijo, habrá quién sentirá que ha perdido la posibilidad de ser madre, habrá quién sentirá que ambas cosas…Esa pérdida va a doler y el camino del duelo es el camino de la aceptación de esa pérdida, es el camino de restablecer un vínculo con lo perdido y con su memoria, será el camino, en definitiva del dolor al amor.
Pero habrá dos grandes temas que impiden que ese camino se recorra: la culpa, que a su vez provocará aislamiento. El camino de un duelo sano implicará ir llorando la pérdida (inevitable) pero ir distinguiéndola de las voces de la culpa, e ir permitiéndonos expresar ese dolor, rompiendo así con el aislamiento, con esa soledad extrema.
Sobre la soledad:
En vez de soledad deberíamos decir soledades, como decía Machado.
Existen tres soledades que intervienen o pueden intervenir en un duelo por aborto voluntario:
La primera y la más radical, la inevitable, es la soledad del doliente. Podremos compartir nuestro dolor, y compartiéndolo hará que duela menos, pero existe una soledad que es la de sentir la pérdida, que está ahí y hay que poder gestionarla. El problema vendrá cuando esa soledad se llena de las voces de la culpa..pero eso lo trataremos cuando hablemos de la culpa en los siguientes dos artículos. De momento has vivido una de las experiencias más difíciles de tu vida y esa experiencia te ha evocado directamente a la soledad del ser-que-elige, porque elegiste (o sentiste que te viste obligada a elegir) tú, y en toda elección radical estamos solos. Y también estamos solas en lo que perdemos al elegir un camino y no otro.
Aquí es importante ver cómo gestionas ese dolor y esa soledad…qué recursos tienes para afrontarlos y llevarlos…o sobrellevarlos. ¿Cómo te cuidas tú en esos momentos? Recordar qué te hace sentir bien, aunque tal vez pienses que no haya nada…Es en el marco de las pequeñas cosas que encontraremos refugio para días de hambruna.
Luego está la soledad de la mujer comparte su historia y no es entendida. Mucha perplejidad causa el aborto voluntario. La mayoría de la gente no va entender por qué estás como estás…ni tampoco va a saber cómo acompañarte en ese dolor. Llueven las frases tipo: “sólo era un grupo de células”, “ya volverás a embarazarte”, “no es nada, olvídalo”… Que más que ayudar van a hacerte sentir todavía más sola. La soledad de la incomprensión es una oscura sombra que nos acerca a la locura.¿ Si lo que me sucede sólo me sucede a mi, es que me estaré volviendo loca? Buscamos, sí, que nos escuchen, pero sobre todo que nos entiendan. En ese orden tal vez quién mejor puede entenderte es alguien que haya pasado también por lo mismo. Pero cuesta encontrar a esas mujeres, porque la mayoría callan, porque el aborto sigue cayendo del lado del estigma y de la vergüenza.
Y finalmente está la peor soledad de todas, la que es locura misma: el aislamiento. La soledad de quién vive la historia más terrorífica de su vida en completo silencio. Porque nadie debe saber, porque nadie debe enterarse. Aquí la culpa y el miedo bloquean cualquier posibilidad de un duelo sano. Porque no duele tanto la pérdida como este tener que callarla. Un aborto nos puede dejar con un profundo dolor, profundamente divididas y con un montón de preguntas sobre la mesa de nuestras vidas. En el camino del duelo iremos transitando ese dolor, reconciliando nuestras partes enfrentadas y respondiendo poco a poco todos los interrogantes que esta experiencia planteó. Si no es así, entraremos directamente en duelos patológicos o postergados, y en depresiones o todo tipo de trastornos. El aislamiento vuelve una experiencia difícil en un callejón sin salida posible.
Finalmente subrayar que la soledad del doliente es inevitable, pero que las otras dos, las del no sentirse comprendida y la del aislamiento podemos romperlas. No digo que sea fácil, pero si necesario. Porque en la medida que podamos narrar lo que nos sucedió y en la medida que encontremos interlocutores válidos y que validen nuestra experiencia, podremos ir, ahora sí, viviendo de forma sana esa soledad primera y radical, que es la propia del duelo que, simplemente, duele.