Hablar con profundidad de la experiencia del la interrupción del embarazo no es fácil. Cabe estar equipados de herramientas de pensamiento crítico, mucha escucha y dejar de lado los lugares comunes a los que inevitablemente caemos si no tenemos cuidado. Es como bajar a una cueva muy oscura y poco o nada explorada: debemos ir con la actitud y el equipo correcto. Digo esto porque tocar el tema de la violencia en el aborto voluntario es un tema delicado y aquí, como en todas partes, los matices importan.
En este artículo no hablaré de la violencia obstétrica (puedes ver algo de esto en esta otra entrada: la violencia obstétrica en el aborto voluntario). Ese sería un lugar común y fácil, aunque cabe decir que casi nada sabemos de este tipo de violencia en la IVE. Pero hoy quería poner el foco en la violencia que suele ir intrínseca en el mismo acto de abortar. Y deberé explicarme muy bien para que los “anti” no me acojan en sus filas, ni los “pro” me demonicen. Siempre defenderé el derecho al aborto voluntario, legal y seguro. Pero eso no nos tiene que impedir reflexionar sobre los abismos que enfrenta una mujer que tiene que vivir y transitar esta experiencia, a menudo en la máxima soledad, ambivalencia, desinformación e incomprensión de los demás, junto al estigma que la acompaña.
Si abrimos un manual de duelo cualquiera, veremos que se define como duelo el trabajo en el tiempo sobre una pérdida significativa. Siendo el duelo un proceso de aceptación de dicha pérdida. Hace tiempo que vengo diciendo que la IVE, cuando implica un duelo, este suele ser un proceso que lleva consigo dos tareas: aceptar lo perdido y aceptar la decisión tomada. Últimamente, y a través de las consultas y de escuchar a tantas mujeres, añadiría una tercera tarea: sanar la violencia que a menudo lleva implícita el acto de abortar.
Veamos estas tareas una a una, y sus respectivas dificultades en la IVE:
- ACEPTACIÓN DE LA PÉRDIDA : aquí empieza el primer escollo de este duelo, casi vuelto en odisea imposible . La mayoría de veces desde el principio negamos toda pérdida, bajo el mantra “no era nada”…como si así pudiéramos hacer borrón y cuenta nueva, como si nada hubiera sucedido. No siempre todo aborto voluntario genera un duelo, pero cuando hay duelo, hay pérdida. Lo perdido no es objetivo y científico, sinó que es subjetivo y cada mujer debería poder definir lo que perdió (en una narrativa propia y nunca expropiada). Al admitir que algo se perdió, podemos ir abriendo espacios donde permitirnos el duelo.
- ACEPTACIÓN DE LA DECISIÓN TOMADA: la mujer en duelo por interrupción voluntaria del embarazo suele ser una mujer dividida y rota. La decisión a menudo nunca estuvo clara y se tuvo que decidir a contrarreloj. A veces sí estuvo clara pero había una parte, detectada o no, que sí le hubiera gustado seguir adelante con ese embarazo. Si estos son los casos, después de la IVE médica es posible que entremos en lucha con la decisión tomada. El duelo pasa a ser más que nunca un conflicto interno donde “el si”, “el no” y los “y sis” campan a sus anchas, conflicto normalmente llevado en silencio. Aunque ya se decidió, seguimos atrapadas en la decisión (al cuestionarla de continuum).
- SANAR LA VIOLENCIA IMPLÍCITA EN EL ACTO DE ABORTAR.
Este último punto es una reflexión derivada de mi trabajo como terapeuta de duelo. Pretende iluminar y generar preguntas, no tanto ostentar verdades absolutas (que, por otro lado, no existen en el campo de lo humano).
Violencia a varios niveles:
- Físico. El mismo acto de interrumpir, supone, como su nombre indica, parar un proceso natural. Y eso, aunque sea consentido, no deja de ser ejercer una violencia en el cuerpo donde se lleva a cabo la interrupción, tanto si es farmacológica como quirúrgica. Un cuerpo embarazado no es un cuerpo normal (ni hormonal ni energéticamente), es un cuerpo en transformación, y parar esa transformación de golpe implica una violencia ejercida sobre un proceso natural. Muchas veces esta violencia hará que nos disociemos de nuestro cuerpo, como ya expliqué en otro artículo.
- Emocional. En nuestro imaginario social imaginamos la interrupción como un acto del ejercicio de nuestra libertad. Una libertad que se concibe como soberana y casi diría, en esos discursos oficiales, desligada de sus circunstancias: “simplemente no quiero este embarazo, luego libremente, acorde con mi querer, lo interrumpo”. Hay casos que son así, pero muchas otras veces es otro el relato que me cuentan las mujeres: “yo quiero ser madre, o me gustaría serlo en otro momento, pero en estas circunstancias no, o así no puedo”. La sensación es de estar acorralada. De tener que hacer una cosa que en el fondo no se quiere hacer (de hecho, estaría bien recalcar que nadie desea vivir esta experiencia). No pocas veces se interrumpe por responsaiblidad: porque se piensa en terceros, o en esa vida a la que vas a dar a luz y no ves que le puedas hacer un espacio (económico, emocional ni temporal ) en tu propia existencia.
Este tipo de situaciones, que no son infrecuentes en las interrupciones del embarazo, resultan en una violencia terrible. Sentirse obligada, por las circunstancias, a hacer algo que no se quiere hacer, es profundamente violento.
- Sistémico.Aquí deberíamos hablar también de la violencia intrínseca al sistema. No somos entes aislados sino personas que vivimos en una sociedad que a menudo no favorece las maternidades, donde ser madre resulta casi tarea imposible (por la falta de apoyos, por la manera en que tenemos montadas nuestras vidas: llenas de estrés, sin tiempo, sin redes que nos sostengan y donde podamos sostener, con exigencias inhumanas y pensamiento mágico y positivo “ querer es poder”…). Nos gusta imaginar a la mujer que aborta empoderada, pero la verdad que también pertenece a una sociedad que es corresponsable de esta decisión,( así como la pareja de dicha mujer).. Existe una corresponsabilidad en el aborto voluntario de la que todo el mundo luego se lava las manos, dejándonos a nosotras solas y, ya no responsables solamente, sinó sintiéndonos profundamente culpables.
Así es como, a mi parecer, bajo la consigna de “aborto libre”, muchas veces olvidamos la violencia que atraviesa a la mujer que debe tomar esta decisión. Y no estoy diciendo, como advertí al principio, que esto implique que el aborto deba ser ilegalizado. Ni criminalizarlo ni banalizarlo aportan ninguna luz. Pero cuanto antes admitamos que la mujer se ve superada a menudo por sus circunstancias, se ve acorralada por ellas, y que son esas circunstancias las que la llevarán a tomar responsablemente este camino, camino que nunca resulta fácil, antes podremos encontrar maneras de ayudarla en su duelo.